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EL GUERRILLERO Y EL TERRORISTA
Traducción del articulo original en Le Figaro de Francia

El guerrillero y el terrorista ; Traducción del artículo del prestigioso analista francés Guy Sorman, quién visitó Colombia hace pocos días, publicado en Le Figaro de París

El 21 de febrero pasado, el Ejército Colombiano entró en un territorio del tamaño de Suiza, que situado en el corazón del país servía hasta entonces de refugio desmilitarizado, concedido a la más antigua guerrilla de América Latina, las Farc, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Ese frente es la última de las expresiones guerrilleras organizadas por Fidel Castro en la década del 60.

Bien se sabe que todos ellos se han beneficiado siempre de una cierta complacencia de parte de los gobiernos y de los intelectuales de izquierda de Europa. ¿No han sido siempre injustas las sociedades latinoamericanas y no merecen ser curadas por la terapia revolucionaria?

En último caso, bien podría creerse en ese género de estupideces, nacidas del cruce del marxismo y del romanticismo de la década del 60. Pero en nuestro tiempo, resulta sorprendente que la lucha que se libra contra la guerrilla colombiana despierte tan poco interés y solidaridad de parte de lo que por conveniencia se llama la Comunidad Internacional, es decir, los gobiernos occidentales más la CNU.

Mientras el terrorismo suscita reprobación y rechazo universales, el guerrillero conserva una cierta aura de nostalgia que lo protege de esa misma condena. ¿Por cuál efecto mágico? ¿Es que sería posible distinguir el buen guerrillero del pérfido terrorista y cuál sería el signo distintivo de esa división? ¿Cuál revolución?

En Colombia, el último refugio del guerrillero revolucionario, las Farc, tienen sobre las armas cerca de 30 mil hombres, que asesinan por año unas 5.000 personas y secuestran 3.000. Su cifra anual de negocios supera los 1.500 millones de dólares, de los cuales dos terceras partes provienen del tráfico de cocaína y el saldo de rescates y otras extorsiones. Hay en Colombia otros dos movimientos de guerrillas, el uno nacido de la teología católica de la liberación (ELN) y el otro una fuerza de autodefensa antimarxista, que llevan una actividad similar y se alimentan del mismo fondo de comercio.

¿Tanta violencia y tantos recursos tienen por destino el servicio de los pobres? Pues bien al contrario, son los más débiles en la sociedad colombiana los que sufren lo peor de las acciones de las guerrillas y particularmente de las Farc marxistas. Los campesinos son expulsados de sus tierras para darle lugar a la cultura de la coca y de la amapola y las extorsiones golpean los humildes, mientras las élites tienen al menos el consuelo de pagar
guardaespaldas y encerrarse entre vehículos blindados. Son también los pobres los que sufren más directamente la destrucción de la economía colombiana: las infraestructuras bombardeadas, las inversiones que se alejan y los empleos que decrecen, he ahí cómo el narcotráfico prospera a costa de las empresas y de los empleos.

Si hace 20 años los guerrilleros marxistas aún podían hacer creer a los campesinos y a los intelectuales crédulos que adelantaban una revolución social, hoy nadie cree en Colombia semejante embuste. Todos los colombianos saben bien que el guerrillero no es más que un empresario de narcotráfico y secuestros.

Esta experiencia que vive el pueblo colombiano sobrepasa difícilmente las fronteras de la información. Tanto en Europa como en Estados Unidos, los medios y las ONG  humanitarias están siempre listos a denunciar los atentados a los derechos humanos, supuestamente consumados por los militares colombianos, pero no la mutación de la guerrilla en una empresa transnacional de asesinos.

Que las Farc trabajan para su beneficio personal lo atestiguan el tren de vida voluptuoso de sus jefes y el mercado mundial de la droga, del que Colombia es sólo el primer eslabón. Está probado que vascos de la ETA, e irlandeses del IRA, fueron descubiertos en las zonas dominadas por la guerrilla marxista, lo cual establece los vínculos en los métodos y los financiamientos entre todos estos ejércitos de "liberación".

 Â¿Existirá hoy un solo movimiento en el mundo que no tenga en el tráfico de la droga su principal fuente de financiamiento? Tal vez no. Sin la heroína afgana, Al Quaeda jamás habría dispuesto de medios financieros tan considerables.

La soledad colombiana es sorprendente, después de verificar estos hechos, que el Ejército colombiano se encuentre solo en su lucha contra las Farc, apenas con un magro apoyo logístico de Estados Unidos y algunos apoyos verbales de los estados europeos. Para muchos, qué le vamos a hacer, no se deben confundir las Farc con los terroristas, puesto que al fin de cuentas son revolucionarios y marxistas.

 Es sorprendente, después de verificar estos hechos, que el Ejército colombiano se encuentre solo en su lucha contra las Farc. Tengan buena suerte entonces los militares colombianos, que la Comunidad Internacional los mira con simpatía, pero desde el balcón, y de ninguna manera allá en la jungla, donde abundan tanto el calor y los mosquitos. Al fin y al cabo, Afganistán no solamente es más sano sino más simple y los terroristas no son de izquierda..  Sostener que el mundo libre está en guerra contra el terrorismo no es entonces más que una piadosa mentira. Se engaña uno mismo cuando pretende que el guerrillero colombiano no es un terrorista, solamente porque es un guerrillero. De la misma manera el mártir palestino no es un terrorista, puesto que es un mártir. Es preciso no equivocarse de etiqueta, de tal forma que se pueda pasar sin daño a través del filtro de la reprobación internacional.

 A todo lo dicho le cabe un análisis alternativo, menos ideológico que el precedente, afirmando que el asunto de las FARC no nos concierne en la medida en que combatirlo es un negocio interior de Colombia. Pero las Farc trabajan para la exportación. Casi la totalidad de la droga que cultivan y procesan viene destinada a los consumidores norteamericanos y europeos.

 La toxicomanía lleva envuelto el problema de los verdaderos beneficios económicos del narcotráfico. Un gramo de cocaína significa tres dólares para el cocalero colombiano que la cultiva, mientras se la vende a 100 dólares a los consumidores neoyorquinos o parisienses. Del valor del mercado mundial de la droga, estimado en 150.000 millones de dólares, apenas el 3% se queda en Colombia. Entre tanto, el simpático guerrillero colombiano asesina 5.000 de sus conciudadanos por año, secuestra 3.000 y arruina todo su pueblo para suministrar un poco de placer al jet set de aquí, pero no al de allá.

   Llamemos también muy particularmente la atención de los defensores de la amazonía, que son tan activos, para recordarles que las Farc destruyen alrededor de 150.000 hectáreas de bosque por año para extender la cultura de la coca.

   La prosperidad de las Farc hace poner muy en duda la posibilidad de que el Ejército colombiano sea por sus propios medios capaz de destruirla e ilustra a la maravilla hasta cuál punto la llamada guerra contra la droga, que adelantan desde hace más de 40 años los Estados Unidos y Europa, ha fracasado.

   Veamos los ejemplos de esta guerra en Colombia. Cada año, gracias al apoyo de Estados Unidos, se destruyen 150.000 hectáreas de plantaciones de coca por fumigación; los cocaleros replantan anualmente otro tanto, o un poco más. Otro ejemplo: hay fondos disponibles para que los campesinos colombianos sustituyan la coca con otros cultivos. Pero la tierra no pertenece al campesino, nadie le concede crédito y nada le produce tanta ganancia como la coca. La prosperidad modesta del cocalero, la más  considerable del guerrillero, y la inmensa del narcotraficante de Cali o Nueva York o París, no se explican por la coca en sí ni por la amapola, que no pasan de ser malas hierbas.

   Si mañana la ONU prohibiera la sopa de ortigas, las ortigas producirían tanto como la coca y los campesinos de Colombia se dedicarían a cultivarla. El precio de la coca y de la amapola es apenas la consecuencia de su prohibición y los guerrilleros disfrutan de esta prohibición, tanto como las mafias americanas se beneficiaron de la prohibición del alcohol en la década del 20.

   Es así como el guerrillero aparece con la aureola de una doble protección internacional, primero el romanticismo revolucionario y enseguida la prohibición de la droga.

   Unirse a los colombianos, en su lucha contra las Farc, y desembarazarse de ellas de una vez, supondría reconocer que esos seudo-marxistas no son más que un sindicato del crimen. Y supondría igualmente admitir el fracaso total de la prohibición como método de lucha contra la droga.

   Pero, siendo el tema tabú y mucho más fácil prohibir la droga que discutir la eficacia de esta prohibición, la comunidad internacional se limita a desear buena suerte al Ejército Colombiano y nada más.

 Si llegamos a suponer que este ejército despedaza a las Farc y a las otras guerrillas del mismo tipo, ¿desaparecería la base económica de esos movimientos? Por supuesto que no. La economía de la droga, contrapartida de su prohibición, estará siempre presente. Agreguemos otra paradoja de esta guerra ridícula: no deja de ser extraño de parte de las naciones que se dicen en alianza contra el terrorismo, el que se dediquen a combatir el blanqueamiento de los fondos que alimentan esas redes terroristas, sin preguntarse si no es la prohibición la causa primera de su prosperidad.

   El negocio del narcotráfico representa en el mundo una cifra equivalente a la de la industria farmacéutica. Pero si los medicamentos son caros, es porque son útiles. En cambio, la droga no es cara sino que se vuelve tal a causa de su interdicción.

 Si liquidar las guerrillas y reducir el terrorismo depende de secar las fuentes de sus recursos, esta operación exigiría una política más inteligente que la prohibición. Hay varias otras alternativas a la prohibición, y no será del caso citarlas todas aquí. Mencionemos solamente una, al pasar, que es la de convertir la droga en un problema médico. Pero ese debate exigiría el coraje político que hace falta en este momento en Europa y más aún en
Estados Unidos. Es que la opinión no ha comprendido todavía la relación que existe entre prohibición, droga y terrorismo. Así que no despertemos la opinión que duerme ni al político que la anestesia y dejemos que los colombianos mueran: ¡queda tan lejos Colombia! Pero al menos, sepamos que esos soldados mueren allá, por  nosotros los de aquí.

Guy Sorman

 

 

 

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